Siempre he creído en el poder del amor para transformar nuestra vida cotidiana. El mundo necesita gente que ame lo que hace. Recuerdo que de pequeña escuchaba decir «escoge un trabajo que ames y no tendrás que volver a trabajar en tu vida». Por entonces aquellas palabras me parecían un dicho típico que se tenía que decir para motivar a alguien a buscar su verdadera vocación. Años después, cuando trabajo de lo que verdaderamente me hace feliz esas palabras resuenan en mi cabeza.
La mayoría de niños alguna vez hemos jugado a ser profesores, a hablar solos y dar lecciones a los muñecos como si fueran alumnos sentados en sus pupitres. Lo que empezó como un juego se fue convirtiendo en una pasión. No negaré que esa meta me produjera vértigo, pues enseñar no es una tarea fácil.
El fin de curso ha llegado y con ello mi primer año como profesora de Lengua en Secundaria. Todavía no me creo que haya hecho mis primeras clases y que haya compartido un curso académico con mis alumnos. Me siento totalmente agradecida a la vida y a Dios por haberme ayudado en este camino de formación y aprendizaje, por poder trabajar en algo que me llena de felicidad.
De este año me llevo alguna reflexión: enseñar es mucho más que dar lecciones de literatura y hacer un examen de sintaxis. Enseñar es dejar una huella, una palabra, una mirada, una sonrisa en un joven. El proceso de aprendizaje de una persona es complejo, pues cada adolescente lleva su propia mochila cargada de miedos, de frustraciones, de dudas.
Por eso enseñar no debe ser solo la transmisión de unos conocimientos sobre qué es el Romanticismo o quién es Rosalía de Castro. Enseñar va más allá de lo meramente conceptual, va ligado a la parte más humana de una persona, a sus sentimientos, a lo que surge cuando esa persona lee un poema de Miguel Hernández después de hablar de su poesía. Enseñar es ir incorporando en esa mochila valores, metas, inquietudes. Sin ir más lejos, el otro día una amiga recibió un una tarjeta de final de curso, en la cual sus alumnos le escribieron: «solo el amor educa». Cuánta razón en cuatro palabras.