El 3 de octubre comenzó la XV Asamblea General Ordinaria delos Obispos sobre el tema de los jóvenes, la fe y el discernimiento vocacional.
El Sínodo de los Obispos es una institución permanente, creada por el Papa Pablo VI, en respuesta a los deseos de los Padres del Concilio Vaticano II para mantener vivo el espíritu de colegialidad nacido de la experiencia conciliar.
Etimológicamente hablando la palabra “sínodo”, derivada de los términos griegos syn (que significa “juntos”) y hodos (que significa “camino”), expresa la idea de “caminar juntos”. Un Sínodo es un encuentro religioso o asamblea en la que unos obispos, reunidos con el Santo Padre, tienen la oportunidad de intercambiarse mutuamente información y compartir experiencias, con el objetivo común de buscar soluciones pastorales que tengan validez y aplicación universal.
Segundo de los Sínodos Generales convocados por el Papa Francisco -el anterior fue en el 2015 sobre la Familia-, tanto el tema de la familia como este de los jóvenes, nacen del último de los sínodos convocados por Benedicto XVI, la XIII Asamblea General Ordinaria que se dedicó a “La nueva evangelización para la transmisión de la fe cristiana”, celebrado en el 2012, y que dio lugar a la primeras de las exhortaciones del Papa Francisco, la Evangelii Gaudium, en la que se ha creído ver una suerte de documento programático pues plantea algunos de los temas que se han hecho centrales en estos años de su pontificado: la idea de una iglesia en salida, aligerada de muchas de sus cargas históricas para centrarse en la misión, la atención a los últimos más desfavorecidos, el fortalecimiento de la categoría teológica de pueblo de Dios que es el que desarrolla la evangelización impulsada por el Espíritu que actúa y vive en la Iglesia…
Es en ese marco donde hay que incluir el tema de los jóvenes, desde la doble perspectiva de la evangelización y de la reforma de la iglesia.
No son evidentemente los jóvenes los únicos a quienes hay que llevar el rostro de Jesús, pero sí que es una de las franjas sociales que más sufren las consecuencias de esta sociedad, neoliberal, y de dos modos: Hay muchos lugares en este mundo más allá de nuestra Europa y nuestro Occidente, con sociedades muy jóvenes en las que son estas edades las q sufren el descarte: tasas de paro juvenil, las tasas de suicidio, las tasas de pobreza infantil, las de marginación, los datos de pobreza, los números de la migración… Así pues desde la perspectiva de acercarse a los últimos, los que sufren, los pobres y los marginados, los jóvenes son una urgencia. Pero también son los que sufren –quizás más en esta nuestra Europa y nuestro occidente- las consecuencias de las sociedades líquidas de consumo, con la pérdida de valores que sustenten su vida, centrada en un ocio vacío y superficial tecnológico, que lleva a una falta de sentido y de proyecto vital, a una pérdida de esperanza; los que más fácilmente caen en los cantos de sirena de las nuevas políticas populistas, de manipulación, del pensamiento único, de la corrección política; los que pierden de vista más fácilmente referentes básicos de humanidad siendo carne de cañón de nuevas causas sociales interesadas; de adicciones, de deformaciones de las comunicaciones y redes, etc…
Desde la perspectiva de la Reforma de la Iglesia surgen dos claves igualmente: Los jóvenes como presente, pero también como futuro eclesial, como un “lugar” teológico donde la perspectiva de un Espíritu siempre joven que renueva todo e impulsa a la transformación y a la radicalidad –de raíz…- del evangelio, sopla especialmente por ser un tiempo abierto al futuro, especialmente deseoso de vida y de plenitud, un tiempo de energía y de “cosas grandes”… así pues creo entender que en el sueño de Francisco de renovar la iglesia, los jóvenes pueden ser agentes privilegiados de ello…
Por eso se habla de escucharles, de atenderles, de darles voz, de hacerles coparticipes en la evangelización, de que sean más que receptores pasivos de la evangelización, para que sean evangelizadores y constructores de una Iglesia más abierta, más de salida, más de campaña… era la clave aquella del “hacer lío” a la que animaba a los jóvenes en la JMJ de Río de 2013, a abrir las instituciones y ser protagonistas ellos de la misión de la Iglesia… Y junto a ello en esa perspectiva de “transformar” la Iglesia para que sea más lo que está llamada a ser –la cuestión eclesiológica que es la línea central del papado de Francisco…- surge inevitablemente la cuestión de la Vocación, en una doble perspectiva, la recuperación de la comprensión básica de la vocación común compartida bautismal, llamados todos a vivir como Jesús; pero también la vocación específica de cada bautizado, donde entra también los ministerios de servicio a la comunidad o la consagración religiosa, temas también preocupantes.
Fr. Vicente Niño, OP