Cuando en 2001 me invitaron a ir a un campo de trabajo de los Dominicos muchas dudas me invadieron, la primera de ellas fue ¿qué es un campo de trabajo? Después, ¿qué es eso de los Dominicos? Y es que, pese a ser creyente desde “siempre”, nadie me había hablado de la Orden de Predicadores. Pero, me embarqué en aquella aventura. Y con esa, llegaron otras muchas. A saber, entrar en el Movimiento Juvenil Dominicano, en la catequesis del colegio “San Vicente Ferrer” PP. Dominicos de Valencia, asistir asiduamente a la Eucaristía en lugares dominicanos, frecuentar casi diariamente los conventos y las casas de los frailes dominicos, ir casi una vez al mes de convivencia con los dominicos, celebrar la Pascua rural y, por supuesto, seguir yendo a los campos de trabajo. En mi vida, en lo cotidiano, todo tenía sabor a dominicos. Empecé a vivir la fe con otro estilo. Empecé a sentirme parte de algo, parte de una familia. Empecé a conocer la Orden, a enamorarme de la Orden, todo era maravilloso, más de 800 años de historia son mucha historia. Pero también ese conocimiento me condujo a ver cosas que me gustaban menos. Reclamé, me enfrenté, me indigné, discutí por la Orden y sobre todo por conservar (en mi opinión) lo que me habían enseñado que era la Orden. Y eso, me hizo madurar y me hizo crecer.  Y entre tanto, los años iban pasando, porque el tiempo no da tregua a nadie. Mi vida iba cambiando en lo laboral y en lo personal. Mis circunstancias y mis preocupaciones ya no eran las mismas que cuando comenzamos en el 2001. Y un día, o, mejor dicho, después de un tiempo pensando y meditando nos dimos cuenta (porque estas decisiones nunca se toman solo) que nuestra situación en la familia tenía que cambiar, que no podíamos seguir estancados en nuestra juventud por varias razones: En primer lugar, por los jóvenes, porque hay que dejar crecer o mejor dicho hay que invitar a crecer, hay que permitir que los más jóvenes tomen las riendas de su movimiento. No para reinventarlo, porque no es necesario inventar nada nuevo, sí para darle otro aire, SU aire, el aire de jóvenes del veinte-veinte. Un MJD moderno que sea capaz de llevar a otros jóvenes el evangelio y el mensaje de Jesús. En segundo lugar, por nosotros mismos, porque nuestra fe como nuestra vida avanza y llegó el momento de cambiar.

Dioni, en un taller en el primer encuentro de Jóvenes Dominicos +18

En muchas ocasiones, no se entiende correctamente lo de dejar a los jóvenes. Nunca se deja el movimiento, nunca. El movimiento forma parte de ti porque te enseñó, te hizo crecer, te lo hizo pasar bien, te forjó como persona de Fe, te mostró un modo de vivir y eso no se olvida nunca. Así pues, te echas a un lado y miras desde una cierta distancia, lo suficientemente grande como para no inmiscuirte en sus decisiones (aunque algunas no te gusten demasiado) pero lo suficientemente pequeña para que siempre puedas extender la mano para ayudar. Del mismo modo, esperas que los jóvenes siempre hablen, dialoguen y se dejen interpelar y ayudar por personas con amplio recorrido en la Orden.

Con las maletas hechas, echamos un ojo a nuestro alrededor, hablamos con todos y con alguno y vimos que nuestro sitio estaba en las Fraternidades Laicales y nos entró el miedo porque todos los cambios producen miedo. Y es entonces cuando más apoyados nos sentimos, todo el mundo nos dijo adelante. Pensamos en mil y una formas para entrar a las fraternidades, pero quizás en ese momento entendimos que lo adecuado era entrar en una fraternidad ya hecha con las ventajas y desventajas que eso tiene. ¿Qué nos encontramos? Hermanos como nosotros, que llevaban muchos años en la Orden, gente dominica que amaba tanto como nosotros lo dominicano, con sus estructuras y sus formas de trabajar, pero abiertos y acogedores. Gente que trabaja en y para la familia. Y allí estamos, felices, con ellos, siendo de la Orden, sintiéndonos uno más.

Las fraternidades son parte y parte importante de los dominicos que ya han empezado y continuarán, cada vez con más fuerza, a ocupar espacios que antes no ocupaban. A predicar con fuerza a tiempo y a destiempo en contextos cotidianos. Pero, para que eso ocurra, nuestro compromiso ha de ser pleno para que la confianza sea plena y podamos entre todos seguir llevando el Evangelio, la fe al estilo de Domingo, a todos los rincones de este mundo. 

Por tanto, hoy, con orgullo luzco mi OP en el nombre, cual niño con un traje nuevo, sabiendo que es una responsabilidad, que es un privilegio pertenecer a una Orden, pero también con el compromiso de llevar la predicación como bandera. Y allá donde vaya, con una inmensa felicidad siempre diré Yo, soy OP.

Dioni F. Yáñez, OP