La inclinación a estar en lo propio y a relacionarnos de modo centrípeto con todo lo que a uno lo rodea, es propia del narcisismo egoísta. Salir de la cueva del “yo-mi-me-conmigo-para mí” religioso, he aquí todo un reto. Darnos cuenta de que hay mundo y vida más allá de nuestros feligreses, nuestras comunidades, nuestros cultos y liturgias, nuestras ideologías, he aquí otro reto.