Ser joven, guapo, rico, tener éxito. Desde la infancia todo es una frenética carrera hacia un mañana esplendoroso… Para nuestros niños, adolescentes y jóvenes el fracaso no es una opción. El título de la película podría ser ‘Condenados a triunfar’. Pero…
Cuándo hablamos de triunfar, ¿de qué estamos hablando? ¿En qué consiste triunfar? ¿Y triunfar a los ojos de quién?
¿Es compatible educar niños, adolescente y jóvenes, triunfadores a los ojos de nuestra sociedad y, al mismo tiempo, educar personas honradas, solidarias, compasivas, veraces, austeras, evangélicas?
¿Cómo encaja ser ‘joven-guapo-rico-tener éxito’ con el seguimiento de Jesucristo? En realidad, ¿no nos vemos obligados a hacer “encaje de bolillos”?
Y para los que no somos ‘jóvenes-guapos-ricos-exitosos’, porque nunca lo hemos sido, ¿sólo nos queda el resentimiento, la frustración, el fracaso? La minoría triunfante y los demás… ¿excedentes?
Los cristianos creemos que hemos sido salvados por el fracaso escandaloso de la cruz. A partir de Jesucristo, el Delincuente Divino (como decía González-Carvajal), la cruz se ha convertido en paradigma del camino por el que el cristiano encuentra la gloria, el triunfo, el éxito.
Pero no nos engañemos, el ‘marketing’ de la cruz no vende, no ‘mola’ ni a jóvenes, ni a adultos.
Los evangelios nos hablan de cómo Él se fue desclasando, como transitó del centro hacia la periferia, es decir al centro mismo de Dios-Amor. Emprendió el camino que le despojó, le marginó, le excluyó y le condenó… a fracasar. A los ojos de todos, menos a los de Dios.