¿Es nuestra fe consoladora? Quienes se acercan a nosotras, personas creyentes en el Cristo “que sanaba y curaba enfermos de todas sus dolencias”, ¿encuentran, si no la salud, sí al menos la Paz, la tranquilidad, el reposo? Es la pregunta que me hago desde el sábado a raíz de escuchar a Ivone Gebara, una de las máximas representantes de las teologías feministas y de la liberación.

El fin de semana he tenido el placer de participar en el XXII Encuentro de Mujeres y Teología, que se ha celebrado en Zaragoza bajo el título “Salto vital. Creyentes y feministas. Nuevas perspectivas”.

La pregunta me la propició la teóloga brasileña, que afirmó que la teología feminista, pero en general, el cristianismo, al menos el católico y especialmente en Europa y en lo que mal llamamos Occidente (esa parte del mundo rica y tan “pagada” de sí misma) no ofrece consuelo a las personas. Muchos, en Latinoamérica, lo buscan en las iglesias pentecostales, también católicas, en las que los milagros, las sanaciones y las lágrimas son moneda habitual —a cambio, por cierto, con frecuencia, de no pocas monedas de las otras, de las de curso legal—. Su reflexión intentaba responder a por qué las teologías feministas no tienen más éxito entre las mujeres creyentes, en especial, las pobres, cuando intentan ser, precisamente, una respuesta a la experiencia de marginalidad, rechazo y, muchas veces, opresión que vivimos las mujeres en las iglesias.

Nuestra teología no ofrece consuelo porque presenta más dudas que certezas; más oscuridades que luces, más preguntas qué respuestas. Y nuestras sociedades, también las nuestras, las “occidentales”, buscan cada vez más respuestas claras, seguridades, caminos trillados, propuestas verificadas. Quizás sea una buena pregunta para este mes de octubre que iniciamos. En mi vida, en mi experiencia de fe, ¿busco lo seguro, lo cierto, lo definido o me atrevo con lo que aún solo se vislumbra? El Dios del que habló Jesús sonaba más a lo primero, ¿no?

“Por eso os digo que no andéis angustiados por la comida [y la bebida] para conservar la vida o por el vestido para cubrir el cuerpo. ¿No vale más la vida que el alimento?, ¿el cuerpo más que el vestido? Fijaos en las aves del cielo: no siembran ni cosechan ni recogen en graneros, y sin embargo, vuestro Padre del cielo las alimenta”


 (Mt 6, 25-26).

Olivia Pérez