Los evangelios de esta semana nos hablan del Jesús que vino para servir y dar su vida por los demás. ¡El reino de Dios ya está aquí! Y “la cosecha es abundante, pero los trabajadores son pocos”. Está claro qué es lo que nos toca si queremos ser signo de Jesús, si queremos ser a su imagen y semejanza. Para ser “el primero” hay que darse al otro. Pero no sólo de lo que mostramos que tenemos, sino de lo que somos, de nosotros mismos. Debemos hacernos servidores y entregarnos enteramente a todos los demás.
¿Y cómo debemos hacerlo?
Desde lo que Dios tenga soñado para nosotros. No importa mucho la manera por la que aprendamos a conocer cuál es el sueño que tiene pensado para cada uno de nosotros. Puede ser por medio de las escrituras, por la tradición o bien por lo que San Pablo llama “la naturaleza”. Lo que importa es que tengamos seguro que es su voluntad. En realidad, Dios nos revela el contenido de la fe y nos ilumina sobre las cuestiones prácticas. Y él hace en nuestro interior para que seamos puros. “Los ojos del Señor están fijos sobre sus fieles”.
Y servir a los demás con la fuerza y el impulso del Espíritu.
Podríamos decir que la Biblia nos da el Espíritu de nuestra religión. Y que la iglesia es quién ayuda a modelar el cuerpo donde el Espíritu se encarna. En las lecturas de esta semana vamos a encontrarnos con ese Espíritu de sabiduría y revelación que ilumina los corazones y nos anima a dejarnos conducir por él. Pues el fruto del Espíritu es el amor, la alegría, la confianza y la verdad. Se nos invita a dejar de vivir en lo oculto, en nuestros miedos, nuestras inseguridades… Debemos ser escucha activa de la Palabra y saber pararnos a contemplar las realidades que nos rodean. Así, el propio Espíritu nos enseñará lo qué decir en cada momento para ser buenos predicadores y predicadoras.
Fermín Hurtado