Esta semana me han hablado en la universidad de Jerome Frank, un filósofo estadounidense que propone algunas “claves” que todas las psicoterapias tienen en común y que aumentan su eficacia.
Una de ellas es el lugar, el sitio en el que se desarrollan las sesiones, ya que se dice que es necesario abordar los problemas psicológicos en un contexto concreto, sacándolos del lugar diario en el que suceden. Mi profesor dice que si no se hace así, no es psicoterapia.
Para poner un ejemplo, ha hecho referencia (como otras tantas veces, otros tantos profesores) al mundo de la religión. Comparaba las sesiones de psicoterapia con las misas, diciendo algo asi como que una misa necesariamente tiene que celebrarse en una iglesia, con un cura presidiendo el altar, vestido como debe, con una imagen concreta. No tendría sentido un cura dando una misa en un parque. De no ser así, será otra cosa, pero no una misa, perdería validez como tal.
En ese momento he desconectado de la clase y he viajado a la primera eucaristía que celebramos en el campo de trabajo de este año.
No había iglesia entendida como edificio, sino que estábamos en el patio de casa; no había bancos, todos estábamos sentados en circulo en el suelo (incluidos los frailes), no había altar como tal, sino una mesita vestida con mi toalla de la piscina; no había un gran crucifijo, sino varios objetos (relacionados con un juego previo) que formaban la figura de la Cruz. Ah, y estábamos descalzos.
No había nada de eso, pero estaba lo más importante. Estábamos nosotros, y allí con nosotros estaba Dios.
Laura Fernández