El jueves pasado hemos recordado el inicio del Concilio Vaticano II, suceso importante y necesario en la historia de la Iglesia, en nuestra vida como pueblo de Dios: importante, porque marcó un antes y un después; necesario, porque hacía falta un cambio. Sus enseñanzas nos permitieron recordar el valor de la palabra de Dios para el creyente: «la palabra de Dios es viva y eficaz» (Heb 4,12). ¡Veamos, pues, qué nos han dicho las lecturas de esta semana!

«Marta, Marta, andas inquieta y preocupada con muchas cosas; solo una es necesaria» (Lc 10,41-42). Marta se entregaba en cuerpo y alma al servicio; su hermana María, sin embargo, dedicaba parte de su tiempo a escuchar a Jesús, a tratar con él. ¿Por qué le diría eso el Señor?, ¿acaso Marta no estaba trabajando por el bien de los demás? A nosotros —a mí el primero— muchas veces nos sucede como a ella: las ocupaciones del día a día nos absorben de tal modo que vamos olvidando lo importante, incluso lo necesario: las preocupaciones nos van quitando fuerzas, el estudio y el trabajo nos agotan, podemos ir perdiendo la ilusión…

¡Quizá es que tengamos que modificar nuestro punto de vista! Al fin y al cabo, lo que hacemos habitualmente es parte de algo mucho más grande: intentar seguir nuestra propia vocación, que, además de lo que queremos, es también lo que Dios quiere para nosotros. De modo que, si se lo pedimos, especialmente ante las dificultades, él nos ayudará a ir creciendo, a ir mejorando, porque «¿cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a los que se lo piden?» (Lc 11,13).

Es cierto que esta actitud, esta forma de vivir, requiere tiempo; no se logra de un día para otro. Ni siquiera los discípulos tenían muy claro cómo hablar con Jesús, cómo dialogar con Dios… «Señor, enséñanos a orar» (Lc 11,1). Y entonces recibimos el padrenuestro, la oración cristiana por excelencia; no tendremos vida suficiente para terminar de meditarla… Pidámosle al Señor el «espíritu de sabiduría» (Sab 7,7), saber ver y actuar según la palabra de Dios nos vaya inspirando; así seremos más felices y haremos más felices a los demás: «bienaventurados los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen» (Lc 11,28).

Fr. Bernardo Sastre, OP