A comienzos de esta semana me ha llegado una iniciativa preciosa, a propósito del próximo Sínodo de los obispos del que de un modo otro hemos oído hablar. La iniciativa de la que os hablo es como los jóvenes a través de la oportunidad que se les da de expresarse, de mostrar sus miedos, sus dificultades en la fe, sus sueños por cumplir dentro del seno de la iglesia… ;ellos proponen que se les regale una mirada, una mirada profunda, que quiera ver más allá de los que otros cuentan sobre ellos, que conozcan de verdad sus formas de relacionarse, su compromiso serio con la paz y la justicia, el cuidado de la “Casa común”. Una mirada dulce y cálida que les haga sentir en casa, que están en su hogar donde se pueden manifestar con libertad y ser ellos mismos en todos los sentidos.

Esa mirada la necesitamos todos tanto los más jóvenes, como los que tienen más vida recorrida. Esa mirada sería preciosa que se  la pidiéramos a Dios. Sabemos por experiencia propia que Dios está siempre presente pero hoy me gustaría invitarte a hacer tener esta conversación con Dios, o una que brote de tu propio corazón.

Estoy aquí sentado frente a ti… solo para alabarte en oración silente para aprender a bendecir y predicar tu nombre, tu grandeza, tu misericordia.

¿Me regalas una mirada? Sí, me atrevo a levantar los ojos porque quiero fijarlos en los tuyos. Que ellos me sirvan de espejo limpio y puro donde pueda verme, donde pueda ver quien soy en realidad, es decir, quien soy para ti que es mucho más real e importante de lo que puedo ser para mí misma.

Sí, tengo sed de una mirada tuya, de esa dulce mirada que sabrá abrazarme, que sabrá iluminar aquellas tinieblas que mi mente y mis palabras te intentan esconder, no por miedo, bien lo sabes, sino por vergüenza. 

Una mirada dulce, cálida que me haga saber qué quieres tenerme junto a ti, que deseas mi pequeña vida, que para esto me diste el ser; para contemplarte, para fijar los ojos en Ti.

¿Sabes? Tengo hambre de tu ternura, de justicia, de paz, de bondad, de pureza, de inocencia, de silencio, de armonía, de belleza. Pero todo eso es imposible si no me regalas tu mirada. Mira como es mi debilidad que te ruego algo con lo que cuento en cada amanecer, a lo largo de la jornada y durante la noche cuando mi cuerpo, mi mente y mi alma descansan.

Te hablo, sí, de mí y de los otros; pero envíame tu Espíritu para a los hermanos hablarles de Ti.

Sor Rocío Goncet