En el tema de la reivindicación de los derechos de las mujeres –que no de la mujer: la mujer no existe, existen mujeres– algo está cambiando. Y no me refiero solamente a la que se ha liado en Hollywood, donde decenas han denunciado abusos que muchos y muchas habían consentido o callado durante años por miedo, dolor, vergüenza o vaya usted a saber por qué razones.

El asunto de la necesaria igualdad entre hombres y mujeres no solo está adquiriendo más protagonismo en el ámbito mediático –que también­– aunque a veces me suena más a moda, a “pin” que conviene ponerse para estar en la cresta de la ola, a “capitalismo morado” del que habló hace unos días en el XXX Fòrum Cristianisme i món d’avui, en Valencia, el teólogo murciano Bernardo Pérez Andreo.

A lo que me refiero es a que la huelga que celebramos hoy me ha producido alguna que otra sorpresa, sabiendo de mujeres –y algunos pocos hombres también– que la van a secundar sin dudarlo, cuando no son habituales ni de reivindicaciones ni de secundar huelgas. También me refiero a la gran cantidad de mujeres jóvenes, muchas y muy jóvenes, que nos acompañan últimamente en las manifestaciones del 25 de noviembre –Día Internacional de la eliminación de la violencia contra la mujer– o del 8 de marzo -Día Internacional de la Mujer– en los últimos años. Parece que las mujeres, y esta vez sí, cada vez más hombres, vamos tomando conciencia de que es justo, necesario y urgente defender las causas de las mujeres ya que, al fin y al cabo, son sus vidas lo que la mayoría de las veces está en juego.
Y no basta con salir a la calle y parar de trabajar, estudiar, cuidar y consumir este día. Claro que no.

Porque el grito con la urgencia de poner fin a las muertes, los abusos, las violaciones, las diferencias salariares, la deuda de cuidados, los techos de cristal y los menosprecios a los que nos enfrentamos a diario las mujeres solo por eso, solo por serlo, son gritos que claman y han llegado también al Dios nuestro que está en el cielo y nos llama a trabajar por la justicia para todos los seres humanos que viven en este mundo, sean del color, género u orientación sexual que sean.

Sí, cada vez soy más radical en esto. No lo siento. Y eso no significa que vaya contra los hombres, no al menos contra los hombres que respetan a las mujeres. Significa solo que quiero que yo, y el resto de las mujeres del mundo, podamos vivir y ser libres y felices y si lo deseamos, rebeldes, valientes trapecistas, conductoras, madres, innovadoras teólogas, ilustradoras, directoras de orquesta o lo que nos propongamos. Porque el límite es el infinito y más allá.

Olivia Pérez