“Henos aquí, a ti y a mí, y tengo la esperanza de que entre nosotros haya un tercero que no es sino Cristo. No hay nadie más que nos perturbe. No hay nadie más que pueda interrumpir nuestra amistosa charla, ningún parloteo de nadie ni ruido de ningún tipo se deslizará inadvertidamente en esta placentera soledad. Y ahora ven, amado mío, ábreme tu corazón y derrama en estos amistosos oídos todo aquello que desees, y aceptemos como una gracia el favor de este lugar, de este tiempo y de este ocio”. (San Elredo de Rieval. De spirituali amicitia)

Con permiso de Jaime Gil de Biedma.

Dice Gil de Biedma en su hermosísimo poema ‘Amistad a lo largo’: “Hay momentos felices para dejarse ser en amistad”. La amistad verdadera es ese espacio-tiempo felices en el que podemos dejarnos ser. Ser de verdad, sin miedos, sin máscaras, sin temor a ser juzgados o rechazados por ser quienes somos. “Mirad: somos nosotros”. Un destino condujo diestramente las horas, y brotó la compañía”. En la amistad soy yo y, al mismo tiempo, soy en compañía.

La amistad, como encuentro en el amor, es sin duda alguna, una verdadera y profunda experiencia de Dios. “Llegaban las noches. Al amor de ellas nosotros encendíamos palabras, las palabras que luego abandonamos para subir a más…”. La amistad nos eleva, nos invita a traspasar los límites, para ir a más: “…empezamos a ser los compañeros que se conocen por encima de la voz y de la seña”.

La amistad es un sacramento de Dios, es presencia visible de Dios en nuestra vida y en la vida. La amistad nos acerca a lo difícilmente decible, a lo inefable: eternidad, plenitud, amor, verdad, belleza, sentido, don, silencio, Dios. “Ahora sí. Pueden alzarse las gentiles palabras -esas que ya no dicen cosas-…”. La Amistad es como la brisa suave en la que Dios nos susurra al oído. Él condujo diestramente las horas, y brotó la compañía.

La amistad es la experiencia de Dios en la que “estamos nosotros enzarzados en mundo, sarmentosos de historia acumulada, y está la compañía que formamos plena, frondosa de presencias”. La amistad es centrípeta -intimidad plena- y al mismo tiempo centrífuga -amor compartido, entregado, expansivo, contagioso, hacia el mundo-.

“Quiero deciros algo. Solo quiero deciros que estamos todos juntos. A veces, al hablar, alguno olvida su brazo sobre el mío, y yo, aunque esté callado doy las gracias, porque hay paz en los cuerpos y en nosotros”. Es la paz que tú nos regalas, Señor, tu paz... Paz tan necesaria, en nuestro mundo y en nuestras vidas; tan necesaria como el pan nuestro de cada día, como la poesía que nos eleva y dignifica. Porque… “Quiero deciros cómo todos trajimos nuestras vidas aquí, para contarlas (…) Que nos sabemos bien, y en el recuerdo (en Tu recuerdo hecho vida) el júbilo es igual a la tristeza. Para nosotros el dolor es tierno. ¡Ay el tiempo! Ya todo se comprende”. Amén.

Fr. Ricardo Aguadé, OP