La cara manchada, entre el maquillaje del carnaval y la ceniza de la cuaresma, un camino con un cruce muy estrecho, ya que a pesar de haber comenzado la cuaresma en las tierras más carnavaleras todavía se estira los fines de la piñata grande y la chica… la fiesta sigue. ¿Cómo hablar de cuaresma en medio de tanto ruido y música?.

Hace años, ya dentro del mundo de los centros educativos pensé que pintábamos la cuaresma de color gris porque su comienzo tenía el color de la ceniza, pero la cuaresma no tiene nada de gris, vamos a pensarlo bien, empieza en invierno, cuyo color característico (por lo general) es el blanco por la nieve, o el verde porque con la lluvia comienza a rebrotar la vida en los bosques que habían perdido su brillo con la caída de las hojas o su color amarillento.

El final de la cuaresma y el paso a la Pascua se hace ya en primavera, o sea, tiempo de color, de brillo, de vida…  Desde entonces me propuse presentar la cuaresma como algo que lleva a la luz, que lleva a la alegría, que para nada es gris, sino que está cargada de vida, porque en ese camino nos vamos deshaciendo de aquello innecesario, inútil, pesado, que no nos deja ser nosotros mismos, que no nos deja brillar, dar color a la vida.

Es cierto que según nos cuenta la tradición es tiempo de austeridad, de ayuno, de oración y de limosna, pero el ayuno no significa tristeza, sino ser capaces de esforzarnos en dejar atrás lo que nos ata y nos hace pensar más en nosotros que en los demás, la oración es saber hablar con Dios de los demás y a los demás hablar de Dios y la limosna, no es dar lo que nos sobra, o sea, desprendernos de lo que ocupa un lugar que puede ocupar algo mejor, sino de hacer hueco en nuestro corazón porque hemos dado el amor que nos llena, que nos hace ser más humanos.

Macu Becerra DMSF