El Aquarius ha sido el enésimo azote de conciencia que vivimos a partir del drama de los refugiados. Y que aún exista debate sobre qué hacer con nuestras fronteras ya resulta hasta irresponsable.
La semana pasada, Martín Gelabert Ballester OP, publicaba en su blog un artículo en el que calificaba a esos 630 migrantes como una llamada de Dios. “Efectivamente: “tuve hambre, y me distéis de comer, estaba desnudo y me vestisteis”. Lo importante es dar de comer y vestir. Saber a quién se da de comer o a quién se viste también es importante. En eso la diócesis de Valencia está dando una gran lección: a Cristo mismo estamos dando de comer”.
También hace unos pocos días, tuve el placer como voluntario del proyecto de La Casa Nueva de contar la historia de Dramane, un maliense que ganó tres veces el campeonato nacional de tenis en su país natal, que dejó voluntariamente para vivir su sueño de ganarse la vida profesionalmente con la raqueta. Ahora vive en un albergue que los gobiernos locales y autonómicos ignoran, con dos horas de luz al día, sin agua caliente, y en unas condiciones de emergencia a la que se exponen años y años más de medio centenar de subsaharianos. La historia interesó a Las Provincias, Antena 3 y a À Punt, y gracias a eso, Dramane ha conseguido ya tener una equipación propia y entrenar con gente local.
La semana anterior estuve con mi grupo de formación en el proyecto de una congregación de religiosas que rescatan a prostitutas que sufren de trata de blancas. Las historias que contaba una de las hermanas eran paralizadoras: niñas de dieciséis y dicesiete años dejando sus países engañadas, violadas y usadas como mercancía aquí, a pocos kilómetros de nuestras casas… Volviendo, reflexionábamos sobre esta última historia, sobre la idea de poner la Fe, la llamada de Dios en el centro de nuestra vida. En actuar y no ver la vida (y las muertes) pasar.
Dramane ha sido mi pequeña llamada de Dios, y ahora espero la siguiente. En el Día Mundial del Refugiado, salta la noticia de que Trump separa a los niños pequeños de sus familias y los mete en jaulas y el Aquarius parte del Puerto de Valencia a buscar a más gente a la que salvar del mar y de la guerra. ¿Cuántas llamadas más necesitamos? Hasta que cambiemos, no pararán.