Claro, dirás, y ¿a quien le gusta?, gracias José Alberto por contarme lo obvio. Déjame que me explique, lo que no me gusta es que se normalice poder calificar a otra persona como tóxica.
Cada vez hay más artículos, vídeos e incluso libros que nos hablan de ello. Según estos, las personas tóxicas son egocéntricas, pesimistas, inconscientes, envidiosas, infelices, etc etc. Vamos, como podemos llegar a ser cualquiera en un momento dado. El problema es que usando esta categorización reducimos al otro a un desecho, alguien casi sin dignidad, a quién debemos alejar y evitar que se nos acerque o nos importune.
Lo que me asusta es que nos dejemos atrapar por estos conceptos maniqueos, de buenos y malos, y que nos pueden arrastrar al individualismo de la burbuja multicolor del yo, mi, me, conmigo y con los que me miman. Y que nos alejan de la construcción de una sociedad plural y respetuosa.
No podemos dejar de amar (respetar, acoger y acompañar) al otro, sobre todo en los malos momentos, cuando más lo necesitamos todos. Es algo fundamental para fortalecer nuestra comunidad humana y no dejar que venza la lógica del individualismo y de las relaciones por interés.