Durante toda una semana, y en torno al día de la paz, los colegios de la Fundación Educativa Santo Domingo (FESD) celebran LA SEMANA DE LOS DERECHOS HUMANOS. Desde celebraciones, películas, tutorías y actos que visibilizan la importancia de defender y promover los derechos fundamentales, se pretende educar a los alumnos sobre esta cuestión.
Reflexionando sobre el tema, a la luz del Evangelio, podemos descubrir que son múltiples los pasajes donde podemos descubrir en Jesús una defensa en favor de los derechos humanos. La multiplicación de los panes (Mt 14, 13ss; 15,31ss), por ejemplo, nos muestra un Jesús que, movido por la compasión, responde a la necesidad primaria de aquella gente: alimentarse. Y en función de este derecho primario de los seres humanos, defiende a sus discípulos a la hora de recoger espigas en sábado (Mt 12,3). Jesús defiende el derecho a la vida por encima de todo, por encima del descanso sabático que tan sagrado era para la mentalidad de aquella sociedad en la que le tocó vivir. Curó al hombre la mano seca en sábado reprochando a escribas y fariseos que ese día, aunque se viole el descanso sabático, es mejor salvar una vida que destruirla (Lc 6,10).
Jesús está siempre de parte de la dignidad de las personas. Jesús de Nazaret defiende de forma especial la dignidad pisoteada, la dignidad de las víctimas, de las personas estigmatizadas y discriminadas por el sistema de la pureza: las mujeres, los pecadores, los publicanos, los extranjeros… hoy, a todo eso, lo llamaríamos compromiso con los derechos humanos. Y es a partir de aquí desde donde me surge una cuestión: lo mejor de la teología, lo mejor de la ética cristiana ¿no contiene en su seno elementos suficientes para confluir en una declaración eclesial de los derechos humanos? Si Jesús de Nazaret puso en primer lugar la dignidad de la persona, fuera quien fuera… ¿Por qué nosotros no lo hacemos?