Jóvenes, empapados de Jesucristo, dinámicos, alegres, optimistas, siempre de buen rollo, con espíritu de sacrificio, prontos al abrazo, acogedores, muy de encuentros y encontrarse, muy de María, sensibles (a veces, un pelin sensibleros), auténticos, guapos en el fondo (a veces, también en la forma), marchosos, de copas, nocturnos, divertidos, de abrazo pronto, de beso, buscadores de lo nuevo, sexuales.
A veces seguir a Jesucristo no es ‘guay’. Hay momentos de silencio, incertidumbre, confusión, de sufrimiento. No eres un Dios fácil, no, no lo eres. Hay momentos en que nos lleva al borde del abismo: vivir como si tu no estuvieras, experimentar el vértigo de la libertad que nos regalas. No es sencillo seguir siendo niños como TU nos pides.
¿Dónde estás? ¿Por qué no logro oírte? ¿Por qué no siento tu caricia, tu abrazo, tu belleza, tu fuerza, tu presencia cálida? Es tan fácil sentirte en la pascua joven, en el encuentro de fin de semana, en las noches de charlas y amistad, en el abrazo; en la vigilia llena de belleza, música y sensualidad. Pero luego vienen los lunes y martes, la rutina, lo cotidiano. Allí donde yo sigo siendo el yo de siempre, donde, a veces, no me atrevo.
Elegir el camino menos transitado (elegir TU camino), entrar por la puerta estrecha, me exige pagar un alto precio. No es fácil nadar contracorriente, asumir la soledad del perdedor (¡sólo quien pierde su vida la gana!), desplazarme hacia la periferia (de mi vida, de la vida) para centrarme en TI.