El pasado 26 de enero el papa Francisco autorizó la promulgación de los decretos que autorizan la beatificación de los llamados “Mártires de Argelia”, referidos al martirio de Fr. Pedro Claverie, OP, obispo de Orán, y 18 compañeros religiosos y religiosas asesinados por odio, desde 1994 a 1996, entre quienes se encuentran los siete monjes trapenses franceses que inspiraron la película “De dioses y hombres”.
Los cristianos no siempre sabemos captar algo que Pedro Claverie y sus compañeros mártires redescubrían con gozo cada vez que escuchaban el Evangelio: la profunda convicción de Jesús de que solo la no violencia puede salvar a la humanidad.
El 30 de enero celebrábamos en el colegio Santo Domingo de Guzmán de Oviedo ‘El Día de la Paz’. La celebración del ‘Día de la Paz’ fue la culminación de una semana dedicada a ‘Los Derechos Humanos’. ‘Paz’ y ‘Derechos Humanos’, un binomio indisoluble. Pero educarnos en la no-violencia y en el respeto a los derechos humanos no es sólo cuestión de un día, de una semana.
La vida entera de Jesús ha sido una llamada a resolver los problemas de la humanidad por caminos no violentos y desde el respeto a la dignidad de todo ser humano, sobre todo de los más débiles y empobrecidos, de las excluidos. La violencia tiende siempre a destruir y marginar; pretende solucionar los problemas de la convivencia arrasando al que considera enemigo, pero no hace sino poner en marcha una reacción en cadena que no tiene fin.
Jesús nos dice que el verdadero enemigo hacia el que tenemos que dirigir nuestra agresividad no es el otro, sino nuestro propio «yo egoísta», capaz de destruir a quien se nos opone.
Es una equivocación creer que el mal se puede detener con el mal y la injusticia con la injusticia. El respeto total al ser humano, tal como lo entiende Jesús, está pidiendo un esfuerzo constante por suprimir la mutua violencia y promover el diálogo y la búsqueda de una convivencia siempre más justa y fraterna.
Día a día hemos de construir entre todos una sociedad diferente, suprimiendo de raíz «el ojo por ojo y diente por diente» y cultivando una actitud reconciliadora difícil, pero posible. Las palabras de Jesús (al igual que las vidas de Fr. Pedro Claverie y compañeros mártires) nos interpelan y nos sostienen: «Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os aborrecen».
Hay una convicción profunda en Jesús. Al mal no se le puede vencer a base de odio y violencia. Al mal se le vence solo con el bien. Como decía Martin Luther King, «el último defecto de la violencia es que genera una espiral descendente que destruye todo lo que engendra. En vez de disminuir el mal, lo aumenta».
Jesús no se detiene a precisar si, en alguna circunstancia concreta, la violencia puede ser legítima. Más bien nos invita a trabajar y luchar para que no lo sea nunca. Por eso es importante buscar siempre caminos que nos lleven hacia la fraternidad y no hacia el fratricidio.
Amar a los enemigos no significa tolerar las injusticias y retirarse cómodamente de la lucha contra el mal. Lo que Pedro Claverie y sus compañeros vieron con claridad es que no se lucha contra el mal cuando se destruye a las personas. Hay que combatir el mal, pero sin buscar la destrucción del adversario.
Pero no olvidemos algo importante. Esta llamada a renunciar a la violencia debe dirigirse no tanto a los débiles, que apenas tienen poder ni acceso alguno a la violencia destructora, sino sobre todo a quienes manejan el poder, el dinero o las armas, y pueden por ello oprimir violentamente a los más débiles e indefensos.