Un gran fraile dominico (gracias Juan Almarza) me dijo una vez que siempre tuviera a mano papel y lápiz; ¿para qué?, pues para tomar notas imprevistas, para no dejar escapar nada. Así que, siguiendo su consejo, siempre tengo conmigo algo para escribir.

Llevo un tiempo reflexionando sobre el silencio. Y es que creo que los tiempos convulsos que estamos viviendo hay que analizarlos desde la quietud del silencio: gustando del silencio, sintiéndolo. Pero no hablo de un silencio que me aísle, no. Hablo de un silencio activo y expectante. He escrito algunas notas sobre el silencio; sobre su importancia, sobre su pureza. Estas notas las he compartido con un profesor de filosofía, un gran profesor de filosofía: el profesor Nogales. Él, después de leerlas, me dijo: «el silencio es básico para vivir, para sentir, para disfrutar… y cómo no: para reflexionar. Se debe trabajar con los alumnos». Esta última cuestión, la de trabajarlo con los alumnos, me ha tenido aún, más reflexivo.

No educamos en el silencio. Es el gran ausente en nuestros centros educativos. Y es que se prescinde del valor que tiene el silencio para comunicar y, así, de esta manera, se convierte en algo extraño, problemático y sospechoso. Es cierto que cuesta mucho callar interiormente, silenciar todas esas vocecitas que aturden y que no permiten escuchar. Es aquí donde entra en juego la educación y su poder transformador. Porque educar en el silencio es enseñar a abrirse al mundo y observarlo detenidamente con los ojos del interior. Dedicamos mucho tiempo a la articulación de la palabra, a interpretar la realidad por medio de códigos lingüísticos que dan conocimientos a leyes sintácticas. Lo cual está muy bien, faltaría más. En los centros confesionales, además, nos esforzamos a diario para que adquieran, al menos, un vocabulario fundamental que nos remite a lo religioso. Pero nos olvidamos del silencio. Este olvido priva a los alumnos de aprender que en el silencio se puede descubrir que todo lo creado, que todo el universo material es el lenguaje del amor de Dios, de su infinita ternura y desmesurado cariño hacia toda la humanidad.

El poeta José Manuel Gallardo, en su poema Tractatus Logicus-Philosophicus (en Infinitos monos, El Desvelo Ediciones, p.29) nos dice que «en el silencio reside lo importante». Así pues, eduquemos en el silencio, enseñemos la grandeza que tiene el silencio, para que los alumnos experimenten que los capacita para vivir de forma más plena. Solo así podrán descubrir los vestigios de Dios en su vida. Porque solo en lo que está vacío y es puro puede entrar la divinidad y, así, poder colmar todo el ser de sabiduría.

Fr. Ángel Fariña, OP