«…Nosotros, por lo menos, debemos arriesgar estas veredas donde brota la flor del Tiempo Nuevo, donde las aves dicen la Palabra con el vigor antiguo, por donde otros arriesgados buscan la humana libertad…». PEDRO CASALDÁLIGA.

Pues parece ser que ya está aquí el ‘Coco’ en forma de un ‘gobierno de coalición progresista’. Muchos dentro de la institución eclesial y también de la dominicana, hace tiempo que lo venían proclamando: ¡Cuidado! ¡Qué vienen los… y va a ser un cataclismo! ¡Vienen a por nosotros, a destruir todo lo que hemos construido con tanto esfuerzo!

Me da que muchos –demasiados– en la institución eclesial y en los ambientes clericales dan por supuesto que ser católico, ser sacerdote, ser religioso, necesariamente implica demonizar toda opción de ‘izquierdas o progresista’.

Y me pregunto ¿qué se esconde detrás de estos miedos, temores y preocupaciones eclesiásticas? ¿Miedo a qué y por qué? ¿Acaso es porque peligra el Evangelio de Jesucristo? ¿Peligra el Reino de Dios y su dinamismo de justicia, paz, solidaridad, misericordia, salvación? ¿Peligra la existencia de Dios?

Más bien pienso que lo que se teme perder es el poder, la influencia social, los privilegios seculares, la relevancia institucional y política. Pero todas éstas son cuestiones que poco o nada tienen que ver con el Evangelio de Jesucristo y con el Dios-Madre-Padre, que derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes. ¿Acaso se teme no ser ya la única voz, ni la más potente, ni la más autorizada? La religión y, en concreto la Iglesia Católica, ya no es quien proporciona en exclusiva las referencias para una vida con sentido y para un comportamiento ético y comprometido. Estamos demasiado acostumbrados a dogmatizar cómo han de vivir, pensar, sentir, amar y creer los demás. Y ahora, se nos está colocando al otro lado… ¡Gracias a Dios!

Sí, es verdad, todo esto nos hace institucionalmente más débiles y socialmente cada vez menos relevantes. Nos desubica, nos desplaza de los centros de poder a las periferias. Nos obliga a vivir a la intemperie, a ser más como aquellos a los que decimos servir, la gente normal y corriente, que lucha por llegar a final de mes, que no pueden pagar el alquiler, que están en paro o que soportan meses o años de espera para una intervención quirúrgica. Supongo que esta es la Iglesia Pueblo de Dios a la que se refiere el Papa Francisco como habla del ‘hospital de campaña’. Lo que está pasando nos obliga a salir de la burbuja plácida y confortable en la que nos hemos refugiado durante demasiado tiempo y asumir con más autenticidad el sentido de nuestra vida y nuestros votos. Todo lo que está pasando es una invitación a la esperanza, al atrevimiento, a buscar nuevas formas, nuevos lenguajes, pero desde la humildad y debilidad, desde la pequeñez y no desde la prepotencia.

Vivimos, estoy convencido, un Kairós: este es el momento adecuado y oportuno que Dios nos regala. Ojalá nuestros miedos y temores a ‘perder’, a ‘abandonar el templo’, no nos emboten la mente y el corazón y aprovechemos este nuevo Pentecostés.

Ha llegado un tiempo para experimentar la fuerza de la debilidad. Esta debilidad institucional y en ocasiones también personal, nos hará más fuertes en la fe y en el amor, y nos ayudará a vivir el auténtico sentido de nuestro ser dominicos, siendo más misericordiosos, más humanos y auténticos.

Ricardo Aguadé