La semana pasada, la autoproclamada nueva presidenta de Bolivia Jeanine Añez, entró a un Parlamento en el que no tenía mayoría autorizada por un proceso democrático. Lo hizo cargando contra los indígenas que protestaban en favor de sus derechos, como hicieron tantos otros en México hace casi veinte años, o como está pasando ahora mismo con la marcha de El Seibo que apoya ejemplarmente la Orden de Predicadores. 

Jeanine Añez también entró cargando contra la cultura de estos pueblos, menospreciándola, llevando consigo una Biblia gigante y anunciando que Dios intercedía en su autoproclamación. Desde entonces, se han rescatado imágenes en la que ciertos símbolos y rituales católicos acompañan a actos terriblemente violentos hacia indígenas y personas de otros pueblos y culturas que solo exigen respeto y humanidad.

¿Qué hace una Biblia como tú en un sitio como este? ¿Cómo has llegado hasta aquí? Creo que, ya que los autores de la guía en la que se basa el Catolicismo no pueden hablar, debería hacerlo su mensaje. Me refiero al mensaje de no-violencia, de paz, compasión y profundo respeto por el otro (el concepto de otredad está infrautilizado) que definió el activismo de Jesús. No se trata del qué ideológico, sino del cómo y el con qué. Sobre todo, en un continente que ya ha vivido una colonización. Eduardo Galeano escribió: Vinieron. Ellos tenían la Biblia y nosotros teníamos la tierra. Y nos dijeron: “Cierren los ojos y recen”. Y cuando abrimos los ojos, ellos tenían la tierra y nosotros teníamos la Biblia.

Ojalá no sirva esta frase para ilustrar también el siglo XXI. 

A vueltas en España, el incendio del viernes fue a raíz de una declaraciones de la Ministra de Educación en funciones, Isabel Celaá, en las que se refirió a una sentencia del Tribunal Constitucional para poner en duda el modelo de educación concertada que existe desde el gobierno de Felipe González en España. Rápidamente, Escuelas Católicas ha recordado que es la Constitución la que contempla el derecho a que un niño o una niña reciba una formación religiosa, si así lo contempla su familia.

Más allá de las dimensiones postelectorales de esta polémica, creo que no estaría mal reflexionar sobre el tema, más allá de lo económico. Permitidme que en lo político, y sobre todo cuando hablamos de derechos, “es que es un ahorro” no me sirva. Porque ahorro también es dejar a los inmigrantes morir en el mar, y ahorro también es quitar la dependencia, o la Sanidad Universal. Ahorro, muchas veces, es violencia.

Sin unirme estrictamente a lo que declaró Celaá, a mí también me preocupa el peso de la educación concertada en España (en Euskadi y Madrid, pronto superarían en alumnos a la Pública). Pero voy a ser claro: no me gusta que una empresa privada fije las condiciones laborales de quién trabaja en la educación, no me gusta que las cuotas -por muy pequeñas que sean al mes- acaben segregando por clase social estos centros, no me gusta que se pueda segregar por sexos, ni por cualquier otra condición, porque el respeto y la otredad te la cultivan la convivencia en igualdad con el conjunto de la sociedad. No me gusta el poco control que hay sobre la educación concertada en términos ideológicos, como tampoco me gusta los casos que se han dado en la pública. No me gusta que no se respete, o se boicotee la inmersión lingüística en territorios con lenguas menorizadas. Lo cuento con la experiencia de haber estudiado 13 años en un colegio concertado. Y todo esto me gusta menos cuando está financiado con dinero público.

La Iglesia y la educación católica (en valores y en virtudes) tiene que estar garantizada por el Estado, pero no gracias a privilegios injustos y segregadores, sino al poder del propio mensaje de Jesús. Parece que seamos los propios católicos los que no confiemos en el carisma y la verdad de nuestro mensaje, y para ello tenemos que escondernos en búnkeres anacrónicos. 

Álvaro G. Devís