Hay un sentir generalizado de hartazgo. Es normal, porque aquellos en quienes hemos delegado nuestro poder para sentarse, hablar, y ponerse de acuerdo, no lo han hecho. No solo eso, sino que da la sensación de que no tienen mucha intención de hacerlo y pretenden ganar por agotamiento del contrario. En este sistema, tan imperfecto para que no hayamos encontrado aún uno mejor (remarco el ‘aún’), hay un momento que tenía una cierta mística e incluso ilusión: el de ir a votar, ese acto tan simbólico como real de delegar tu pequeña porción de poder en un tercero. Ahora, esa magia se ha convertido en una molestia.

Dan ganas, ciertamente, de tirarlo todo por la borda, de darse por vencido, bien sea quedándose en casa o bien sea adhiriéndose a las opciones más radicales. Es que, siendo sinceros, ni lo del mal menor es muy convincente, hay quien diría que todos son el mal mayor.

Precisamente, ahí está la trampa, porque el cabreo no suele ser buen consejero, menos si es masivo. Hagamos lo que hagamos el próximo domingo, saldrá la misma composición de nuestro sistema representativo, otra cosa será el reparto según partidos. De que aquello funcione al final bien depende mucho, pues es la base de nuestro sistema.

Y por eso, pase lo que pase el domingo, votes a quien votes o te quedes en casa, tu verdadero trabajo como ciudadano empieza al día siguiente, tratando de mejorar todo esto. Lo puedes hacer de muchas maneras, desde vigilando y reclamando a los votados que hagan su trabajo hasta participando en los muchos espacios públicos abiertos. Pero, por favor, hazlo con optimismo, creyendo de verdad que las cosa se pueden mejorar y que no todo está perdido.

Asier Solana Bermejo