Sucedió hace unos días en el Vaticano, en la rueda de prensa, en el turno de preguntas. No salió en casi ningún medio, pero un periodista de TVE (Lorenzo Milá), lanzó la que quizá haya sido la pregunta más inteligente de las hechas en estas ruedas de prensa: “¿Por qué evangelizar a los pueblos indígenas si la propia iglesia les reconoce su espiritualidad y sus valores?”. 

La respuesta fue clara. Si bien es posible que las mayorías aprendamos de las minorías, las minorías pueden aprender de las minorías. Yo iría más lejos: sería muy egoísta no ofrecer el Evangelio por pudor o por supuesto respeto, cuando es lo mejor que tenemos. El intercambio, para que sea verdaderamente enriquecedor, debe implicar que ambas partes den y reciban. Más aún, si de verdad nos creemos que Jesús es para todos, callárnoslo en nombre de una supuesta libertad es tergivesar la realidad. La libertad estará, en todo caso, en querer continuar con el conocimiento o no de Jesús, en querer unirse o no a la Iglesia. ¿Pero qué libertad puede tener alguien de rechazar algo si ni siquiera sabe que ese algo existe, si no lo conoce? 

“Id y bautizad a todos los pueblos”. El mensaje de Jesús es claro: pretender esconderlo en nuestra casa como si fuera un jarrón chino que se va a romper si lo tocamos no es lo que quiere para quienes nos preciamos de seguirle. Más bien, habría que ver cómo hacemos para exponerlo ante los demás. No sé si acabará en el documento final del sínodo, pero además de los temas manidos que solo vemos en los medios, una de las propuestas publicadas este viernes es crear equipos itinerantes para acompañar a los pueblos en aislamiento voluntario con misioneros itinerantes. Si esto se refleja en el documento final, seguramente sea uno de los puntos más discutidos. Pero, si no es para llevar el Evangelio, ¿qué sentido tiene la Iglesia?

Asier Solana