La Cuaresma es un tiempo que se nos regala para poder volver a las cosas esenciales, a lo realmente importante, para quitar mucho de lo que estorba y no nos deja ser quienes somos y quienes queremos ser.

La Iglesia ha propuesto algunas herramientas en su historia para ayudarnos a eso, la Oración como una manera de volver a quien es el centro y, por qué no, de en diálogo con Él, ante el amigo Dios, analizar, pensar, ahondar para descubrir qué sobra en mi vida, qué me esclaviza, qué me hace menos libre; también la Limosna, el compartir, el dar de lo mío a los otros –dinero… pero no sólo: tiempo, esfuerzo, dedicación, cariño…-, para que la vida de los otros sea mejor, y para así recordar que uno no es el centro de la existencia…; y el Ayuno, el quitarse de cosas –lo de la carne los viernes es lo fácil…y con un sentido en la historia que quizás hoy es distinto…- que nos estorban, el ayudar a ser libres y dueños de nosotros mismo, no a merced de las apetencias y los vientos de las pasiones que llegan…

Pero es recordar qué significa ser cristiano: creer en una persona, Jesús de Nazaret, el Cristo, como Señor, como Hijo de Dios, como plenitud humana y como modelo de plenitud para los seres humanos.

Y es desde esa experiencia de fe, desde donde nacen todas las implicaciones de los creyentes en este mundo. A veces pareciera que de tan implicada en la transformación del mundo está la Iglesia, que se olvida de por qué lo hace. Entrar de lleno en las claves sociales del mundo es parte del compromiso del cristiano en transformar este mundo para ir construyendo el Reino de Dios, pero con el horizonte claro de que es la clave de Dios la que mueve y la que llevamos, un Dios de amor que marca un tipo de relaciones desde el mensaje del evangelio, desde la persona de Jesús de Nazaret, el Señor.

La Iglesia no es una ONG. Volver a lo esencial en cuaresma es también recordar éso, que lo esencial en cristiano es Cristo, su persona, su condición de Hijo de Dios, su mensaje de salvación para todo el género humano.

Vicente Niño, OP