En este 8 de marzo sigue vigente la frase de Boutros Ghali “Hoy más que nunca, la causa de la mujer es la causa de toda la humanidad”, el problema es que lleva siéndolo demasiado tiempo.

No voy a incidir ni en las realidades occidentales por todos conocidas pero no asumidas ni enmendadas (dobles jornadas laborales y domésticas, elecciones impuestas entre maternidad y carrera profesional, desigualdades salariales, traslado del cuidado a otras mujeres perpetuando estructuras infravalorativas, etc) que sin embargo no dejan de mostrar el gran camino andado desde que en 1911 en Nueva York murieran aquellas 123 mujeres encerradas en la fábrica que fue su tumba. Socialmente llevamos mucho camino andado, aunque nos queda mucho por andar. Nunca los ordenamientos jurídicos habían consagrado la igualdad, la promoción y la protección de la mujer como hoy, pero esos avances son frágiles y encierran nuevos retos. Cada momento histórico nos plantea sus desafíos y la respuesta que les demos marcará la dirección de los pasos de mañana.

Si miramos la situación en la Iglesia, los pasos han sido menos y el camino andado mucho más corto. El avance es necesario y evangélico, y nosotras si realmente tenemos a amor a nuestra Iglesia debemos implicarnos en gestar ese cambio, generando espacios eclesiales que verdaderamente sean “un recinto de verdad y de amor, de libertad, de justicia y de paz, para que todos encuentren en ella un motivo para seguir esperando.”

Para que esto sea posible las mujeres de hoy tenemos que encontrar nuestra propia espiritualidad, y para hacerlo debemos partir de nuestra propia experiencia de Dios, del amor sanador y absoluto de Cristo. Hoy 8 de marzo, quiero pediros que en vuestra vida ajetreada, llena de todo (trabajo, casa, niños, vida social, formación, etc) y siempre falta de tiempo os dediquéis unos minutos a vaciarnos de vosotras mismas y vuestras circunstancias y os lleneis de su presencia que nos libera.

“Escucha mujer, mujer de todos los días que andas en un activismo febril, en quehaceres más o menos importantes, envuelta en la rutina de tus trabajos y sumida en la urgencia de tus tareas. Escucha, tú que estás nerviosa y ansiosa, agobiada por tu casa, por tu familia, por las muchas cosas que tienes que hacer, por lo mucho que hay que cambiar. Escucha tú, mujer de prisas, rutinas y evasiones, que atropellas la vida, que tienes miedo de entrar en ti misma y te dejas envolver por las voces de la radio, de la televisión, de las conversaciones triviales. Para, sosiégate, deja un momento tus ocupaciones habituales, entra un instante en  ti misma, lejos del tumulto de tus pensamientos, arroja fuera de ti tus preocupaciones agobiantes. Déjate envolver por la mirada de tu Dios, entra en el aposento de tu alma y descansa, aunque sólo sea un momento, entre sus manos. Dile: “Busco tu rostro, Señor, no me escondas tu rostro, déjame encontrar mi ser más hondo a la sombra de tu presencia. Voy a esperar quietamente, sosegadamente, que en medio de mi silencio nazca tu Palabra” Dolores Aleixandre 

Julia Moreno, OP