Escribía Pedro Casaldáliga: «si ella, la Iglesia, que es hija de la libertad del Espíritu, vendaval de Pentecostés, cede ante algún imperio -como tantas veces cedió- ¿quién proclamará el misterio de la entera Libertad?, ¿quién le dirá la verdad a Pilatos, a Anás, a Herodes?, ¿quién sostendrá la esperanza, tan golpeada, del Pueblo?» (Espiritualidad de la Liberación, 19).

Si yo, tu, nosotros, que somos Iglesia, Pueblo de Dios, hijos e hijas de la libertad del Espíritu, cedemos ante los imperios, ¿quién sostendrá la esperanza?

Si a mí, a ti, a nosotros, nos atenaza el miedo (esa lupa que convierte las lagartijas en dragones), ¿quién sostendrá la libertad libre?

Si a mí, a ti, a nosotros, nos vence la codicia por los primeros puestos eclesiales y sociales, si nos seducen los privilegios de nuestros cargos o estatus, si nos domestica lo políticamente correcto, si nos atrapa el ansia del poder y del tener, ¿qué sentido tuvo la Navidad, dulce Navidad?

Si yo, tu, nosotros, hijos e hijas de Domingo, nosotros que somos tan de ‘Veritas’, no asumimos el riesgo de la Verdad (la de Él), el conflicto de la verdad, el perder en aras de la verdad, sin claudicar nunca ante la mentir; si donde ponemos nuestra vida no ponemos fuego, ¿qué credibilidad tiene nuestra palabra?

Si yo, tu, nosotros, nos convertimos en meros coleccionistas de experiencias cálidas y reconfortantes, de ‘megustas’ en las redes sociales, sin mancharnos nunca las manos, sin acercarnos a los abismos humanos, sin experimentar el sabor agridulce de las lágrimas, sin rozar la desesperanza ni la derrota, ¿dónde queda lo hondamente humano de ese Dios ‘tododébil’?

Ricardo Aguadé, OP