Hace unos días nos “sorprendían” los medios de comunicación con unas declaraciones del nuevo secretario de la Conferencia Episcopal. Declaraciones que, entre otras cosas, hacían referencia a la cuestión de la homosexualidad. Es cierto que estaba centrado en los candidatos al sacerdocio, pero la cuestión es que dio un parecer que no sé si fue del todo acertado o, quizá, lo traicionó el lenguaje. Lo más seguro es que donde quiso decir digo, dijo diego. Pero dejando juegos de palabras y lenguaje a un lado, la cuestión es que esta realidad -la homosexual- no se sabe afrontar. Y de lo que no se sabe hablar, pues ya se sabe lo que es mejor hacer.

Porque una cosa hay que tener clara de la sociedad actual: va a luchar, y de qué forma, por su identidad; y quienes no lo acepten así no van a ser vistos desde el rencor, el odio o el resentimiento como quizá ocurría en épocas pasadas. Hoy día pasarán al ámbito de la indiferencia. Y la indiferencia es experta en sepultar en el desafecto.