Primero fue Black Friday (viernes negro), luego Ciber Monday (lunes cibernético o de ventas por Internet) y ahora Giving Tuesday (martes para dar). El caso es no hablar en castellano, dirán ustedes. Pero la culpa no es mía, sino del sistema. ¿Del sistema? Sí, de quienes quieren vender y vender y seguir vendiendo y esperan denosotros que gastemos y gastemos y sigamos comprando.

Imagino que ya están al tanto. En EE.UU. montan un día de grandes descuentos en las tiendas justo al día siguiente del Día de Acción de Gracias, que para ellos es el cuarto jueves de noviembre, —aunque acabo de descubrir en Wikipedia que en otros lugares como Canadá, lo celebran el segundo lunes de octubre—. Y lo hacen para aprovechar que las familias se han reunido y comienzan las compras de cara a la Navidad. Esa es otra… ¿En qué momento se nos fue lo de la Navidad de las manos y en lugar de homenajear y recordar al Niño Dios que nace en un pesebre en medio de la pequeñez y la humildad nos ponemos a gastar como locos?

Y hete aquí que, de pronto, esta festividad del consumismo a todo trapo se convierte en viral, es decir, se extiende por todo el mundo y millones de comercios nos engatusan con grandes descuentos,también aquí, en España, aunque apenas ni entendemos lo que significan las palabrejas en la lengua de Shakespeare y Margaret Thatcher. Y por si el Viernes Negro era poco, inventan el Lunes de compras en línea, y los días de compras no son ya uno ni dos sino casi toda la semana anterior y posterior para eso, para que compremos y compremos y sigamos gastando.

Y como tanto gasto era poco, ahora hay quien inventa el Giving tuesday, el Martes para donar a una entidad sin ánimo de lucro lo que te haya sobrado del viernes y el lunes y el resto de la semana—si es que te ha quedado algo—, y sobre todo, para que después de tanto consumismo, des a tu conciencia un alivio.

Pero de todo lo dicho anteriormente no he visto ni un meme, ni leído una publicación ni una protesta y eso que estas tradiciones son igual de importadas y extranjeras que, por ejemplo, Halloween, aunque no dan tanto que hablar.

Mi explicación a esta falta de críticas por la importación de “ciertas” fiestas y no otras es que a nadie le amarga un dulce y que son muchas más las personas que se benefician de ello: ¿quién no ha aprovechado los grandísimos descuentos para darse ese capricho que quería, comprarse el electrodoméstico que ya fallaba o hacerse con el aparato electrónico que tanto deseaba tener? Y en el otro lado, ¿qué empresario, viendo que se acercaba una semana como estas, no engordó un poco los precios para después mostrar esos descuentos del 20, el 30 y hasta el 40 por ciento en sus productos para ver si pescaba algo en tan revuelto río?

No se preocupen, aún podemos importar cosas peores… porque, una cena de Acción de gracias a Dios por todo lo recibido en el año, se me hace más difícil de imaginar. Aunque, quién sabe,cosas más raras se han visto…

Olivia Pérez