No. No es cuestión de corporativismo. Es cuestión de vida o muerte. En las últimas semanas han muerto dos periodistas en Europa. Sí. Han leído bien. En nuestra Europa.

Ninguno en la cama. Ninguno de muerte natural. Ambas eran personas sanas. A una de ellas, mujer, además, la violaron antes de matarla. Por si era necesario algo más que asesinarla, demostraron con ella la máxima crueldad.

Ambas ejercían el periodismo en medios de comunicación en su país (Arabia Saudí y Bulgaria) y, qué casualidad, investigaban en temas de corrupción en los que estaban implicadas personas con poder. Blanco y en botella.

En el último año han matado a 56 periodistas por ejercer su profesión, así como a diez ciudadanos periodistas –personas que aunque no eran periodistas ejercían esta profesión– y cuatro colaboradores en todo el mundo, según datos de Periodistas sin Fronteras (rsf.org).

Ahora hay que investigar esos casos y veremos si los sistemas judiciales de Turquía, donde ha desaparecido uno de ellos, y Bulgaria, donde van tres periodistas asesinados en el último año, pueden garantizar que se encuentre y juzgue a los verdaderos culpables. Lo dudo.

Mientras tanto podemos mirar para otro lado pensando que bueno, es cierto que es Europa pero, en fin, en España eso no pasa… pero no es del todo cierto. En nuestro país ya hemos encarcelado a personas por escribir canciones o expresar ideas –nos gusten o no, las ideas son eso, ideas– y en València, la ciudad en la que vivo, hace una semana un grupo de ultras roció a periodistas con gas pimienta. Porque sí. Porque estaban haciendo su trabajo.

¿Y las amenazas a periodistas, políticos, o feministas a través de las redes sociales?

No los han asesinado impunemente, es cierto, pero recuerdan aquello de: “el que insulte a su hermano será llevado a juicio…” Mt 5, 22. Pues eso.

Olivia Pérez

València