La Orden de Predicadores nació casi a la vez que las Universidades.

Santo Domingo fue alumno y profesor en algo parecido a la primera Universidad de España –el Studium Generalisde Palencia-, y envió a sus frailes, al dispersarles tras la fundación de la Orden, entre otros sitios, a los lugares de las más importantes universidades de su tiempo –Bolonia, Nápoles, París…- a extender la misión de la Predicación: a “estudiar, predicar y fundar conventos”.

La Universidad ha sido un lugar privilegiado para el carisma dominicano y de ella surgieron grandes figuras y santos de nuestra orden: San Alberto, santo Tomás, san Raimundo –los tres clásicos patronos de los estudios universitarios-, Francisco de Vitoria, Domingo de Soto y toda la Escuela de Salamanca, y un largo etcétera. La Orden está en el germen del nacimiento de las primeras universidades del Nuevo Mundo: Lima, México, Santo Domingo, o de Filipinas, y ha tenido significativa presencia en las más importantes universidades modernas desde Oxford a Harvard.

Y es que la Universidad con esa profunda perspectiva de la búsqueda de la verdad, del estudio, del diálogo, del encuentro con el otro, de la humanización, de la generosa y desprendida gratuidad del compartir conocimientos para crecer, del encuentro con el otro, de mirar más allá y de otro modo, de ser capaz de preparar los cambios de la sociedad, de transformar el mundo, fue siempre un espacio de predicación dominicana fascinante.

Pero la universidad ha cambiado. Hace mucho que cambió. Las últimas polémicas políticas de títulos y demás casi que parecieran la puntilla de lo que la Universidad –la universitas del conocimiento y de la convivencia…- quiso ser, para mostrar a las claras en lo que se ha convertido: un foco de negocio, utilitarista, ajeno a la búsqueda de la verdad, una factoría de mano de obra para empresas y negocios, empeñada en conocimientos técnicos más que en principios o valores, endogámica e interesada, al servicio no del bien común sino de los intereses mercantilistas y económicos, una máquina de hacer títulos –algunos de más que dudosa legalidad y honradez…-.

¿Hay posibilidad de cambio? ¿Podría regresar el proyecto de lo que la Universidad quiso ser, ese compendio de todos los saberes a la búsqueda de la Verdad para hacer del ser humano y de la sociedad algo mejor conforme al designio de Dios?

La respuesta es a la par sencilla y compleja. Compleja porque pasa por una transformación de los modelos sociales, de intereses, de poder, por las estructuras económicas y de control, por las influencias de los medios y de los grupos de poder, pero a la par sencilla porque pasa por el propio corazón y la propia mente y actitud: cambiar uno mismo en su forma de ser, de pensar, en los valores que le dominan, para hacer de allí donde está, lo que siente y cree y piensa que debería ser. 

Fr. Vicente Niño, OP