A riesgo de acabar siendo conocida en este espacio de La Llama como “la de los días de…”, quiero recordaros, pacientes lectores y lectoras, que este próximo domingo la Iglesia celebra la Jornada del Migrante y el Refugiado, con el lema: “Acoger, proteger, promover e integrar a los emigrantes y refugiados“. El lema se apoya en el texto del papa Francisco que se puede leer y descargar en la página del Vaticano.
Y sin cambiar del todo de idea, ahora os contaré una anécdota. Hace unos días, participaba yo en un debate de sobremesa navideña con personas no creyentes sobre lo poco eficaces que estaban siendo los “supuestos cambios” del citado papa que eran “solo bonitas palabras” sin capacidad para cambiar nada o casi nada.
Efectivamente, pensé. El papa Francisco puede hacer poco más que decir bonitas palabras al resto de la sociedad, especialmente a quienes debiéramos hacerle caso, es decir, los creyentes de la fe que, se supone, preside –aunque ese es otro tema, el de la capacidad para dirigir a la Iglesia que tiene el Sumo pontífice, del que podemos hablar otro día, si queréis–. O eso creo, porque no le queda mucha más capacidad que la que de hecho tienen la ONU o cualquiera de sus organismos, que no promulgan leyes, no tienen “brazos ejecutivos” como los Gobiernos de las naciones o no pueden intervenir con la fuerza de un ejército –en este sentido ya sabemos que los cascos azules no son un ejército al uso, sino unos cuerpos militares encargados de crear y mantener la paz en áreas de conflictos, entre otros objetivos–.
Lo que vengo a decir es que sí, que las palabras del papa Francisco pueden ser solo eso, “bonitas palabras” si no hay alguien al otro lado que, al escucharlas o leerlas, decide hacer un esfuerzo por creérselas e intentar ponerlas por obra. Y si ese alguien se une a otro y otra y otros y otras, igual, algún día, las frases de este pontífice o de cualquier otro, o las del mismo Jesús, tal como nos las presentan los evangelios, serán capaces de transformar algo, aunque sea, nuestras propias vidas. La de cada una. La de cada uno.
Entonces, que Francisco diga: “acoger significa, ante todo, ampliar las posibilidades para que los emigrantes y refugiados puedan entrar de modo seguro y legal en los países de destino” no será solo una frase en un documento papal, sino que conllevará un cambio en mi día a día, posiblemente, más de una renuncia. Porque la cosa va de que tendré que pensar qué significa en mi quehacer cotidiano que estoy llamada a “acoger, proteger, promover e integrar a los emigrantes y refugiados”. Y transformar mi vida conforme a ello. ¿No?

Olivia Pérez