Repasando la historia encontramos que las peores barbaridades requirieron la colaboración obediente y sumisa de miles de personas. Por ejemplo, los campos de exterminio nazis en la 2ª Guerra Mundial precisaron de miles de personas en labores de asistencia, vigilancia o en labores burocráticas, que se hicieron responsables del genocidio por no tener el valor de decir no.
Muchos de los atropellos que se cometen a diario en todo el mundo, también en nuestro mundo occidental y civilizado, se producen al amparo de la connivencia obediente y sumisa, por acción y, sobre todo, por omisión, de millones de cuidadanos.
(Dejo como ejercicio hacer la lista de cosas absurdas o injustas que hemos hecho en algún momento, sabiendo que eran injustas pero que seguramente alguien nos ha mandado o que nos ‘ha impuesto’ la presión social o institucional-eclesial).
Estamos tan acostumbrados a obedecer, que la mayoría de las personas se sorprenden al descubrir que, a veces, ha sido y es necesario desobedecer.
Jesús de Nazaret fue un gran ‘desobediente’, un ‘insumiso’. La consecuencia penúltima fue la cruz. Jesús dijo y vivió desobedientepor obediencia a un gran . El gran de Jesús fue un sí definitivo y radical (de raíz), al proyecto de Dios, a su reinado.
El voto de obediencia es el único que pronunciamos en la fórmula de profesión de nuestra Orden. Nuestra obediencia ha de ser la misma de Jesucristo y, también, no ha de llevar a vivir continua desobediencia con todo lo que no favorece el reinado de Dios y su justicia.
Os invito a leer la Carta a los capellanes militares y jueces’ de Lorenzo Milani, escrita en 1965, tan vigente e interpelante entonces como ahora.

Fr. Ricardo Aguadé O.P.