Vivir en un mundo como el que hemos construido, donde tenemos cualquier cosa a nuestro alcance en cualquier momento, sin esperas ni problemas, ha hecho de las personas que vivimos en él seres exigentes.
Abusamos de los recursos, descubrimos e inventamos cosas y las globalizamos, haciendo en muchas ocasiones que pierdan valor y calidad.
Cuando encontramos a alguien, una experiencia o algo que nos gusta intentamos apropiamos de ello, intentamos llevárnoslo a nuestra casa, a nuestro pequeño mundo y tenerlo de forma permanente.
Y en un principio parece lo correcto e inteligente, pero puede que en ocasiones lo único que consigamos con ello sea perder su esencia.
Son incontables los restaurantes que tienen Paella en su carta. Es un buen descubrimiento, un plato rico. Lo llevamos a nuestras ciudades, le añadimos ingredientes y acabamos cambiando lo más importante que tiene: su sabor.
Creo que lo mismo puede pasarnos con personas o momentos. Conocemos a personas increíbles en momentos especiales e intentamos hacerlos eternos, atarlos a nosotros y hacerlos parte de nuestra vida diaria.
Pero a veces, lo bonito no es “disponer” de ellas continuamente, sino disfrutar su esencia en pequeñas dosis.

Laura Fernández