En las principales bolsas del mundo, el miedo cotiza al alza. El miedo vende, interesa, es útil. Y quién controla el miedo, quién sabe cómo provocarlo, cómo dosificarlo, como administrarlo, es poderoso. Hay un nuevo grado universitario: dirección y administración de miedos.

Vivimos atemorizados, asustados, acobardados, encogidos. Tenemos miedo a perder (¡no a perdernos!) y a ser contados entre los perdedores.

Nos horroriza perder nuestro confort, nuestro bienestar, aunque sea a costa del bien-ser. Nos asusta el presente y nos inquieta un futuro incierto y amenazante.

Los medios de comunicación, las redes sociales, nos inoculan miedo. Tenemos miedo al diferente, al otro, al extranjero, al diverso, al pobre. El miedo es el nuevo opio del pueblo.

Ante tanta amenaza nos vamos refugiando en la uniformidad, el pensamiento único y endogámico. También la religión y la vida religiosa pueden convertirse en confortables refugios: hagamos una comunidad estufa.

Las religiones a lo largo de la historia han sabido administrar y jugar admirablemente con el miedo y los miedos. No es de extrañar que el místico dominico alemán, Maestro Eckhart, exclamase en un sermón: ¡Dios, líbrame de Dios! Líbranos de un Dios que infunde miedo, un Dios al que temer, un Dios hecho a imagen y semejanza de nuestros intereses y temores, al servicio del poder.

Por suerte, el Dios del que nos habla Jesucristo, el Dios-Amor, irrumpe en nuestra historia y en nuestras vidas, se hace poesía, se hace locura y libertad, se hace carne de nuestra carne. ¡No tengáis miedo!: no hay grito más subversivo. Jesús de Nazaret nos mostró que Dios es “abbà”, es Dios Padre y Madre; Dios es misericordia, amor sin límites, perdón incondicional y nos invita a superar nuestros miedos. Nuestro Dios es fundamento y garante de la libertad y dignidad del ser humano.

Es hora de disfrutar a Dios. Vivir desde el amor y no desde el miedo, porque estamos vivos o estamos resucitados.

Ricardo Aguadé, OP